En 1968 Charlton
Heston descubría que el planeta habitado por inteligentes simios y en el que los
hombres eran esclavizados no era más que lo que una vez llamó hogar. Hace diez años fue Tim
Burton quien volvió a llevar la historia a la gran pantalla en un espantoso e
innecesario remake carente de emoción. Y nos remontamos unos meses atrás para
recordar que la comunidad cinéfila veía con gran recelo esta precuela, prejuzgándola
y sin tomarla en serio. Pero entonces salió el tráiler y lo que podría haber
sido una parrafada se convirtió en una sorpresa.
La historia va muy rápido y en poco tiempo vemos los avances del monito… y vale, admito que en más de una ocasión dije con voz de niña pequeña “yo quiero uno”. Es increíble como la empatía hacía el simio y el hecho de que el espectador se identifique con César, dejan en un segundo plano la preocupación por la esclavitud de los seres humanos y anteponen el deseo de libertad del mono protagonista.
El fallo reside en la falta de originalidad en lo referente al detonante, pues parece cogido por los pelos que el fármaco que estimula la inteligencia de los simios sea el causante de un futuro tan nefasto para los humanos. Además lo del Alzheimer es un recurso demasiado facilón. A ello se le unen unos cuantos topicazos en cuanto a los personajes: el chico bueno y guapo, su chica florero, la corporación científica con jefe malo y un irritante malo malísimo.
James
Franco hace una interpretación muy convincente, aunque algo desaprovechada, y se afianza como uno de los
actores más solventes del momento.
Pero si hay
alguien que eclipsa a todo actor “humano” ese es César. Por supuesto, detrás
del chimpancé se encuentra el genial Andy Serkis (que ya fue Gollum y King Kong).
Su interpretación es de lo mejor del film y hace que nos replanteemos si algún
día, un trabajo como el suyo podría valerle una nominación al Oscar a un actor. La
expresividad del mono es impresionante. No hay duda de que hay personajes
creados por ordenador que pueden transmitirte más que muchos actores de carne y
hueso. Y ni siquiera hace falta que parezcan reales, pues que los ojos
transmitan importa más que el que sean perfectos. Esa es la razón por la que
Wall-e nos resulta tan entrañable y nos dan ganas de achucharle. Esa es la
razón por la que César hace que en más de una ocasión se te forme un nudo en la
garganta, le comprendas y compadezcas, y desees que sea libre, aun sabiendo las
futuras consecuencias para los humanos.
En cuanto a
los secundarios, después de Harry Potter, Tom Felton vuelve a hacer de cretino,
por no decir de gilipollas (¡venga! Que esto es un blog serio, por favor), y se
gana la antipatía del espectador desde su primera escena. No obstante, el chico
se desenvuelve bien y protagoniza junto a César uno de los mejores momentos: “¡Aparta
tu sucia pata de mí, mono asqueroso!”. También merece una mención John Lithgow,
que conmueve con su papel de enfermo de Alzheimer.
Los efectos
especiales son de gran calidad. Ejemplos de ello son la inquietante escena del laboratorio con todos los monos
esperando al jefe y la impresionante (y no exagerada) lucha en el Golden Gate. También se agradecen los grandes detalles que captarán los
que recuerden las películas anteriores.
¿Es comercial?
Sin duda, pero eso no está reñido con el talento. Ni con un buen argumento. El
Origen del Planeta de los Simios es la mejor película del verano, entretenimiento
de calidad y una bocanada de aire fresco.
Nota: 7+
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